Existe en nuestro mundo globalizado una alta fascinación por oriente.
Oriente representa la unión con la naturaleza, el valor de lo sagrado, la simbiosis de la vida natural y la espiritual, el simbolismo en estado puro, la búsqueda metódica de la Paz. Nada nuevo en el mundo pero sí expresado de forma atractiva.
¿Y Occidente no tiene esta tradición? ¿Los Monjes y mojas de Grecia, Francia o España no gozan de una sabiduría milenaria? ¿Conocemos tan a fondo nuestra tradición que podemos abrazar con esnobismo la primera que se nos pone al alcance? Si ninguna tradición sanamente espiritual es despreciable, por qué lo sería la larga historia de hitos espirituales de occidente.
En 1988, gocé la posibilidad de recibir las clases del gran filósofo suizo Pieter Hans Henrici. Además de su sabiduría acerca de la historia de la filosofía siempre sugería algo relacionado con las religiones: nunca cambiar de tradición espiritual sin haber vivido a fondo la propia. Nos narraba, en concreto, que cuando se le acercó un musulmán con el deseo de bautizarse católico en la ciudad de Roma, le sugirió primero conocer a fondo su religión antes de dar un paso tan trascendente.
El esnobismo también ha aterrizado en lo espiritual y religioso. La meditación, el retiro, el incienso, la confianza en los seres espirituales, los libros de espiritualidad, la ritualidad, no es patrimonio exclusivo de Oriente por llamativo que sea. La larga tradición espiritual de occidente, católica, protestante y ortodoxa rezuma de belleza y propuesta transformadora.
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