La evolución de las empresas frente a la pandemia requiere visión y esfuerzos específicos. Hemos valorado lo que hemos dejado y lo que hemos asumido. Para ello, como siempre, lo más importante es hacerse las preguntas adecuadas.
El home office, en particular, nos ha revelado muchas situaciones positivas y negativas qué hay que analizar a fondo.
¿Cómo está la salud mental de los empleados y de su familia? ¿Qué aprendizajes de lo bueno y lo malo se han logrado? ¿Qué situaciones familiares buenas y malas se han vivido? ¿Qué riesgos se corre en un regreso, ya no a la normalidad, sino en medio de la tercera o cuarta olas?
¿Cómo se encuentra la eficiencia de la empresa entre tantos cambios? ¿Todos los empleados tienen la tecnología para ser eficientes? ¿Era sostenible el modelo de “educación” en casa? ¿Qué les espera a los adolescentes, a los universitarios, a los que inician la vida laboral?
Ocho preguntas que pueden quintuplicarse.
La realidad nos supera y hay que afrontarla.
Hay que afrontarlo hoy, mañana, cada 24 horas. El home office contribuye a la salud y la eficiencia, pero no sustituye la necesidad del trabajo con los demás.
Hay que atender la salud mental, el cansancio, el sentirse incompletos.
Hay que dar prioridad a la salud pero también a la educación, a la economía, al trabajo en equipo interactuando presencialmente.
No hay que perder el contacto humano, la presencia, el intercambio, las relaciones, el equipo de trabajo, la familia, los amigos.
Hay huellas y cicatrices. Hay que revisarlas y en su caso, atenderlas.
Las empresas, en general, han adoptado cambios y han respondido bien, salvo excepciones. Deben estructurar planes a corto, mediano y largo plazo que fortalezcan a cada uno de los empleados, seres humanos impactados por la pandemia. Cada uno con nombre y apellidos, y situaciones específicas.
Hace 18 meses no sabíamos a qué atenernos. Hoy sí, las empresas han tratado de reaccionar bien, pero nunca es suficiente. Hoy tenemos que evolucionar.
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